Una Vez me Enamoré
Una vez me enamoré de
una bailarina. Bueno, realmente no lo era en ese momento. Pero su alma y pasión
la convertirían en artista, su nombre simplemente mostró el camino sobre que
musa escuchar.
No fue sutil al
robarme un beso en aquella ocasión hace ya tanto y dejarme temblando durante
días enteros.
Los años pasaron y
millones de letras en cartas y suspiros al conteo de estrellas para saber de
ella la convirtieron poco a poco en la confidente de mi alma. Aún no conozco a
nadie con quien pudiera expresar el disfrute y poesía en el caer de las hojas,
ver en sus hermosos ojos comprensión y aliciente de toda idea, de cada palabra.
Un día descubrió el
arte en su cuerpo, y lo quiso compartir todo conmigo; La música, la fuerza, el
dolor con escenario en mi habitación blanca sólo con la iluminación de los
faroles en los edificios vecinos.
La extrañaré para
siempre y mi vida no creo conozca jamás un alma en la cual derramarme como
tormenta, ella siendo mi río.
Una vez me enamoré de
quien supongo es mi alma gemela. Mi paso por un bosque de memorias que hacen mi
vida, en él, su recuerdo es la niebla que lo cubre cada
amanecer y anochecer. Que alimenta con rocío las pocas flores y permiten que
todo brille, que la tierra sea buena.
Su fuerza y bondad la
hacían amiga de todos. Su risa, un ave traviesa brincando por donde pasara.
Sus gustos eran los
míos, sus pasiones las mías, mi conocimiento y paladar era reflejo completo del
de ella. Era la mejor versión de mí mismo, era quien yo quería ser. Mi mejor
amiga, la sangre del cáliz, mi felicidad encarnada.
Cada día en el bosque
de memorias cuando tocó el fresco con pies desnudos al andar; Entre mis dedos
la belleza y conexión con la naturaleza completa y en todos los sentidos es
ella.
Una vez me enamoré de
la hija de una pintora. En líneas y abstracciones construía la realidad.
Fantasía onírica cada instante. Empeñada en negar mi existencia me convirtió en
una pieza a la cual admirar, me transformó en colores ondeantes que absorbía
junto con el sol.
La carcajada de una
villana dibujando aves en los cielos de un verano que duró muy poco.
Una vez me enamoré de una
mujer mayor. Sabía que era lo importante. A través de la geología discernía la
fascinación por el significado de su presencia en el mundo. Solamente tenía amor
por demostrar. Los juegos y nimiedades del cortejo no le interesaban, porque
conocía el cómo identificar el cariño y corresponderlo. Llenar lo frágil del
ser con la sonrisa de alguien más. Un compromiso de hacer lo mejor mientras
estuviéramos juntos por ser eso lo importante, lo que era estar vivos.
Una vez me enamoré de
una estudiante de intercambio. De su sonrojo color metal ardiente, del gris de
su mirar, del trigo y oro trenzado en su cabello. De su acento por una fina
boca acostumbrada al usar el lenguaje de los mares helados. Su estilo era de
mil colores con la blancura de su piel como marco. Su hambre por un sol que la
hería. La ligereza y lo exótico de una mente versátil conjugando con mis
pasiones.
Una vez me enamoré de
mi compañera de laboratorio. De la parsimonia de sus decisiones que sólo tomaba
del corazón, de su cuerpo temeroso y las lunadas con un felino jugando con
nuestros pies. De su cautela al cargar un corazón soldado y remachado por un
millón de ayeres confusos. De su independencia y fuerza de la cual creía
carecía. También admiraba su dedicación, el miedo a mi abrazo. Amaba todo lo
que no mostraba, la música de su corazón dictándole que paso tomar. Tan
atronador sonaba que la podía escuchar con paredes de por medio.
Una vez me enamoré de
una mujer más joven. Su sonrisa el brillo de las estrellas sobre el océano, su
regazo el hogar de toda bondad. Su juventud y visión con el potencial de ser
castillo de dulzura.
Su mayor bendición, la
de su tacto. En suspiros entrecortados por un sollozo que se dejaba asomar, y
compartiendo secretos jamás dichos ni a los más queridos. Hallamos el cariño
que deseábamos y lo logró traducir en una caricia a mi mejilla.
En una noche, de
atardecer al primer instante de sol, con un abrazo llenó mi mundo. Eso debe ser
en lo que se basó dios para crear a los ángeles.
Una vez me enamoré de
la idea que todos me compartieron. Una mujer joven y muy alta. Que deseaba
hacer de su profesión los juegos de luz y el uso de las sombras como pinceles.
La conocí por su obra; retratos de una maduración que no llegaba, de noches
insomnes y muy largas, miradas seductoras sin dedicación exacta. Sus pies
enormes y lo que significaba convertirse ahora en mujer. Me enamoré de su risa
y el apetito que tenía, de la música que tanto le gustaba.
Me prendí principalmente
de un montón de fotos sobre sus mañanas. Con ligeros grises y violetas rodeando
sus ojos, de su cabello aplastado, lacio y tan largo. De sus desayunos colmados
de azúcar y el sol en sus persianas De sus dedos sobre el pulido de madera y el
respirar sostenido frente al lente entre sus sabanas.
Una vez me enamoré de
una buena amiga. De sus enormes piernas y el dolor en el cuerpo cada mañana por
cargarlas mientras dormíamos. De los vestidos oscuros que tanto le encantaban.
Del ver como cada día sin darse cuenta se convertía en una mujer más plena. Del
rojo en sus labios cuando quería verse bella para mí. De sus enormes ojos
siempre adornados con negro. De la entrega que tenía con la cual quería
alumbrarme, quemarme en cariño. De sus sueños del futuro y el terror que le era
lo presente. Su disposición por aprender, por saborear un planeta que le
parecía gris. Me encantaba su cocina y los postres que con tanta dedicación
engalanaba de palabras y chocolate. Del esmero con el cual intentó romper la
piedra sobre mi piel, la pesadumbre sobre mi mente. Su fascinación por mis
palabras y el cómo compartíamos el arte de las cosas. De su voz y el
maravilloso despecho al no encontrarme un entendido de indirectas o mensajes.
De las canciones que me dedicó, de sus visitas en el día menos pensado para
sostener mi rostro, del como quería que su familia fuera la mía, de su cuerpo
sobre el mío en cualquier lugar que nos detuviéramos por un momento. De su mano
sobre la mía mientras conducía. De sus nervios incontrolables, del cómo se
tomaba todo tan en serio, incluyéndome a mí. De su hambre por lo nuevo.
El diario, el menester
y las amistades compartidas, de lo frío de su cama con sólo una ligera colcha,
del naranja que tanto le encantaba, de todo lo que quiso enseñarme y jamás
aprendí. Su objetividad para con mis palabras, de sus ganas de competencia. De
la maldad que decía la tenía invadida. Del como abarco todo horizonte para mí
sin que yo pudiera demostrarlo. Del que quería conocer lo que nos rodeaba a
través de mí, conmigo y yo para ella.
Del como su amor era
la promesa de todas las mañanas que tanto había buscado.
Me enamoré de una
mujer con cabello azul y vestido blanco en un museo, de una acosadora en la
preparatoria que besé y no volví a ver, de una poetisa que me leía, de una
guitarrista de cabello corto y enorme sonrisa. De una mujer llamada Ruby. De
una compañera de trabajo.
Me enamoré muchas
veces aunque ellas no me creyeran, aunque no lo supieran, aunque no fuera
recíproco en el sentir y el hacer.
Tal vez estas cosas
sólo las sé yo. Sólo yo me doy cuenta que el arte que intenté crear era de mi
amor hacía ellas. Tal vez lo que creía evidencia pasó lejos de su visión. Tal
vez simplemente lo hice muy, muy mal. Por eso cansadas, traicionadas y rendidas
renunciaron con sus cartas, despedidas, besos, distancia y en más de una ocasión
maldiciones.
También el tiempo como
siempre no era el adecuado ni mí compromiso el correcto.
Dieciséis años desde
ese beso arrebatado hasta ese último mensaje con un “te amo” y un adiós.
La soledad hoy día es
diferente; Ya no es un revolcar de angustia con mil preguntas. Ya no es el
dolor de no saberlas cerca. Los porque logré destilarlos de los mares que
derrochaba y el deseo por el olvido. Hoy ya sé que sucedió en cada oportunidad
y situación.
Claro, demasiado
tarde.
La soledad hoy día es
de culpa y reproche por querer lo que tenía y ya no más. Ya sé que todas se han
ido. Que ahora se dedican a sus propios amores que pueden llenar con su deseo y
convertir con cada beso algo nuevo. Con sus carreras, familias y propios
fantasmas.
Fue mi falta de
confianza, al no mostrarles mi corazón roto para que lo sanaran. Mi falta de
deseo al no derrochar mis fantasías y ganas en sus cuerpos que añoraban con
recibirlas y hacerlas realidad. Fue mi miedo a contaminarlas de melancolía
callando mis pesadillas, mi indisposición de sacrificar el ensimismamiento y
estructura de respeto por mí y por ellas en aras de transformarlo en pasión.
Lo debí haber hecho.
-Claro, demasiado
tarde-.
Ahora entiendo esa
despedida “No puedo verte otra vez,
porque sólo te llenaría de besos”. Aunque las ame y desee, aunque las
necesite, el punto del amor es que la felicidad propia sea dependiente de la
felicidad de ellas. Y esa felicidad no es conmigo, ni de mí, ni para mí.
No puedo evitar
sentirme terrible para conmigo mismo por arruinarlo en cada ocasión. Ahora son
un hermoso paisaje intocable que rodea mi cansado corazón con el calor y la nostalgia
de un hogar en otra costa.
Por eso dedico todas
las canciones a su memoria, mis palabras a su cariño. En lo que mi propia
sombra y la suerte me permiten redescubrir el cómo intentarlo
¿Quién está que pueda
reprochar mi sentir, palabras y actos si todas ellas ya se han retirado?
¿Quién está para llamarme
mentiroso o para corroborar la verdad en mis brazos?
¿Quién está que lo
quiera intentar?
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