Postal al Tecnosimio Omega


David Lynch Inland Empire, originalmente cargada por Roder ictus.

Veo dos torres a los pies de un lago verde. Pretendo visitar el concreto transformado en arte pretencioso de las críticas sociales y la desfunción arquitéctonica, versos en fránces a tres cuartos hacen temblar los huesillos de mis oídos. Como es mal hábito de mi persona, me encuentro sin compañía en el centro del bosque, contando mis escasas bendiciones. Ya me conoces, curioso de lo grande, felíz de lo pequeño.

Enúmero con dedos mal manicurados los obsequios de hoy y su paisaje otoñal, y es en mi pluma donde encuentro que de ahora en adelante existe una carencia, la de tu siempre amable compañía. Lo más facíl es remontarse a los once años que tenemos de conocernos, de los otroras en járdines junto a otras personalidades y las risas, paseos y charlas al ocaso. De los encuentros en tu casa donde la misma actividad se disfrazaba de esnobismo y piedrería ante los crisoles del arte de tu padre. La mascára se fue convirtiendo en rostro para posterior sólo ser acción de teatro eterno en cada conjunción al pillarnos unas botellas siempre en la misma locación. Aún así, al final de jornadas sobre el ridículo y vestirlo de seda nos llamamos amigos, porque compartimos desde hace tanto, porque nos sabiamos cercanos incluso en el hincapíe de otros carácteres más sátelites de cada uno, para ti Michelle, para mi otros nombres. El resultado, que te has marchado cruzando fronteras con un cúmulo de libros y tu bicicleta, mudando tu miseria a otro lado, dejándonos a nosotros aquí con los fantasmas y apariciones de esos momentos.

Jamás nos conocimos sino era a partir de los otros, núnca lloramos las vergüenzas de nuestros actos en el hombro de cada quien, no nos cargamos ni arrastramos fuera de alguna borrachera o pelea, ni brindamos a favor de nombres conjugados por tierra y suspiros de mausoleo. Sin embargo ahí estabamos, leyendonos mutuamente, barajeando y repartiendo las mismas opiniones, jugando fichas que al final abandonamos a los demás que yacían en nuestra mesa. Esa fue la forma de llegar el uno al otro. Descubriamos que la inquietud material se rezagaba a cualquier intéres verdadero, que el fin de los tiempos te convierte en optimista, que la figura edípica de cariño la ves como una araña de belleza suprema y existencia sublime antagonica a nosotros los tecnosimios, sobre el absurdo como universal intrínseco y la diafana fe de un sitio lejos de lo que somos cada uno como el paraíso. En cada ocasión nos contabamos las membranas de esos núcleos, nos alegrabamos de ver conspicuos los síntomas de la misma enfermedad cubriendo nuestro semblante, un acto del drama a la vez, algunas carcajadas en los interludios del telón, fue tan bueno como amorales y egoístas que somos podemos decirlo.

Finalmente robé cerveza light, queso y mermelada de tu alacena en el mejor acto de amistad que pude darte, me despedí con un deseo de tristeza más llevadera y sexo oral constante por alguna en forma jovenzuela del desierto. Ahora eres tú en otro paisaje, te llevaste como último equipaje ese peso y dejaste muy poco, espero nada importante como la mirada cariñosa de una mujer. Aquí me quedo yo con mi pobreza sentimental carácteristica que siempre quiero elevar en colores y palabras, al fin dedicadas a ti mi amigo. En mi carta no comparto nada sino fonemas bonitos para los terceros y el decir eso; Eres mi amigo, porque eres pateticamente triste, ridículo y obsenamente indiferente, te conozco al ser así y bien es reciproco.

Nuestro cuerpo se oxida y es en la muerte cuando aún más insignificantes seremos que la suma de nuestras obras, que sea esa fascinación mutua lo que selle ésto que conllevamos, que las madrugadas de vista al cielo y rencor en los puños nos encuentren acompañados al lado del olor a orquideas en la cabellera de una amante que jamás realmente llegaremos a querer.

Has otra cosa en otro lado, sigue intentando el escapar de tu sombra, te seguire viendo en tus escritos.

No regreses, ya no hay nada para tí, lo sé bien, como cuidador del cementerio.

Con más eterna condescendencia que cariño, tu amigo, el de los pies de barro, el de la cabeza de oro.






(Nada mal para no tener corrector ortográfico según yo)




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