Huesos al Sol


Hace no mucho en una de estas mañanas del intolerable amanecer a veinte grados, encamine un indiferente cuerpo y mente a un campo de la infancia. Un viejo parque de mi ciudad, la tercera sección de Chapultepec.

Con primeros pasos localice la entrada escalinada del parque, con una terrosa fuente homenajeando a un olvidado héroe de la canción infantil. La cobriza estatua de un animado grillo cantor ahora carente de antenas se marchita en óxido y podredumbre negruzca y verde a la que sucumbe el bronce. Avanzo por las escaleras de cemento envejecido y despostillado, acceso al parque.

Los juegos, cuerpos de madera lisa en un mar de terracota, barcos, castillos fortalezas, naves cósmicas y hogar de un millón de misiones y competencias. Han disminuido, ya no son el campo infinito, el mar de terracería ahora es un terrenal verde que la hierba ha conquistado, se nota que ya no hay niños que brinquen y sueñen con nubes de dulces, risas de sol y trigo, olores de veranos eternos. Ahora sólo el ruido de los automóviles y esqueletos de madera pudriéndose al sol, abriéndose a la humedad, alimentando los hierbajos que nosotros los niños dejamos crecer al olvidar este lugar. Inclusive la basura se ve vieja.

La primera sensación que me invade es la tristeza, de que los barcos gigantes navegando por océanos de carmesí sean pequeñas construcciones olvidadas. Doy la vuelta por los juegos, recuerdo las rutas de competencia, todos los obstáculos a sortear, comenzando en los aros, corriendo al pasamanos, donde mi altura siempre me dejaba comenzar en el tercer tubo, después las resbaladillas de cemento, brincar unas escaleras, saltar un nivel completo de un metro (¡Un metro!), brincar otra pared, subir a lo que llamábamos "La caseta de Bombero", un cubo de madera elevado con acceso de rampa y salida por una plataforma. Ahí el circuito terminaba la competencia, "La caseta" indicaba los más hábiles y rápidos, pero había que regresar, cruzando todo un castillo de tubos, rampas, escalinatas y llantas.

Comienzo a dar pasos sobre esos viejos juegos. La madera reclama que la piso con gruñidos, subo y me sujeto a unos tubos, ciertos crujidos me advierten que ya no tengo seis años, que la fortaleza ahora es una embarcación vieja, abandonada al salitre de unas aguas transformadas en desierto, que las vigas del cielo son sólo leña. Doy mis pasos con cuidado, cada nivel me pone más nervioso que el anterior, intento simular algo recordado de ese lugar, la madera me dice que no, que no lo intente, que ni ella ni yo podríamos soportarlo. Resignado lo entiendo, bajo, dejo atrás esa área, me acerco al mirador...

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The Persian Claws, "Clever Way To Crawl"

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