Una memoria sobre Leonard Cohen.




Tenía 15 años, había salido de la secundaria. En vez de optar por una beca y convertirme en seminarista de La Salle, decidí optar por esperar el fin de la huelga en la UNAM y entrar a la preparatoria en una de sus escuelas. El año era 1999.

Había pasado meses sin estudiar ni hacer nada, tanto que durante 30 días no salí de mi casa y cambié mi horario; vivía de noche, dormía de día. Tenía todo, libros, una computadora, mi restirador y materiales de dibujo, una tele grande, una videocasetera, un estéreo y una hamaca. No necesitaba nada más.

Hace poco en una charla aprendí que las personas tienen diferentes formas de amar y querer ser amados, que la mía siempre ha sido compartir. Que otras personas aman en privado, en aceptación del mundo y sus personas, en rescatar. Que es en esa forma de amar que secretamente también es el amor que desean recibir 

En aquellos entonces había un programa de radio que me encantaba, era los miércoles a las diez de la noche. Se trataba de la transmisión completa de un disco sin comerciales, sólo entre cada pista se detenían a contar de que trataba la canción, de donde provenía. Fue una vez que sonó un recopilado de Leonard Cohen, More of the best of Leonard Cohen.

Conocía una canción de Cohen, The Future, porque la película Nature Born Killers me había encantado, es con la canción con la que termina la cinta. Buscaba aprender inglés y en eso se me derramaban las horas, buscando canciones, traduciéndolas, buscado su significado, y The Future había sido un impacto.

Una a una sonaron las canciones con esa voz profunda y triste, con sus teclados simples y su llamado a imagenes de mujeres fantasmas en Viena y el honor de ser su esclavo, sobre la torre de la canción y Hank Williams. Debía tener ese disco.

Sólo he comprado dos discos compactos en mi vida, uno cuando tenía catorce años, los demás han sido regalos, robos, promociones de estaciones de radio, obsequios de músicos amateurs soñando con un oído extranjero y extraño que encuentre vida y arte en ellos.

Escuché More of the Best of Leonard Cohen cientos y cientos de veces; Aún tenía esa fascinación infantil donde la repetición no hace más que enriquecer todo.

Memoricé cada letra y cambio de voz, me interesó saber quien era Hank Williams, quien era Lorca. 

Aquella noche de muchas en infinita soledad y oscuridad de 1999 Leonard Cohen compartió arte conmigo, me enseñó poesía, y de otra música, y de historia, y de mujeres, cuando yo quien había pasado doce años en una escuela exclusiva para caballeros no sabía nada de eso, con todo y que dibujaba figuras femeninas en mis paredes tal vez intuyendo un hambre que ahora se mantiene incompleta.

Núnca he amado más que compartiendo una experiencia y mucho más arte. En una habitación oscura con una película enfrente y el calor de un hombro al lado de un ser querido, en el suspiro compartido contemplando una pintura, en la sonrisa al sonar una canción, sentado en una mesa con un lapíz de color y una mujer de hermosos ojos haciendo el mismo ejercicio que es un dibujo. Leonard Cohen compartió arte en mi vida, y me mostró mucho más, por  eso amo a Leonard Cohen, Leonard Cohen me amó.

Él lo decía "No hay cura para el amor".

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