Cayendo en la atmósfera. Se acaba la garantía.



Día libre, la situación ahora habitual de no tener compromiso alguno ni actividad me da como única opción el invitar a comer a una de mis hermanas.

Sin querer ir más lejos por la hora y la amenaza de lluvia nos dirigimos al Costo por una pizza sin ningún rastro de carne. Es mi hermana vegetariana, tiene 24 años, pero su desprecio por la proteína animal desde hace 8 años la hace ver casi como una contemporánea.

Smootie de café, pizza familiar para sólo dos personas y un refresco ocupan nuestra mesa. La pizza es de lo mejor en calidad y precio que conocemos ahora, algo cambiaron en sus recetas e ingredientes que la hacen más crujiente, fresca y al queso una cascada quemante de suave delicia al levantar de la caja una rebanada.

Entre la charla de “Voy a hacer esto, estoy haciendo aquello” que me pone al día de su faena común decide arrojar una terrible pregunta con sus razones:

-¿Qué crees le suceda a la casa cuando ya no estemos? Porque si te fijas estamos muy mal. Quien sabe quien viva para tenerla al final.-

Pienso las matemáticas de la herencia canina y nuestra expectativa de vida. –La Chiquis II-. Le respondo.

Chiquis era nuestra querida perra cocker que falleció el pasado Noviembre después de 15 años de hacernos compañía, y más a mí en sus últimos seis meses antes de su muerte, mientras me encontraba sin trabajo encerrado en la casa con sólo ella como alguien a quien querer e interactuar.

Con terrible dolor recuerdo mis últimas palabras a la Chiquis justo antes de que el veterinario en nuestra casa la durmiera: “Una vez allá, diles que soy bueno, tú sabes que en el fondo soy bueno”. Para finalmente con un beso de esos que sólo le puedes dar a una mascota la despedí.

Ahora tenemos dos perros de unos dos años cada uno, los cuales vivirán unos trece años más y seguramente tendremos otro después de ellos, que es a quien llamo Chiquis II, pensando que no viviremos hasta los sesenta ni mis hermanas ni yo, ella heredará nuestra casa.

Fue entonces que el tren de pensamiento se descarriló y cobró muchas víctimas humanas y millones en gastos al estado mental que gobierna mi cerebro (Que al momento ya tenía su imagen pública destrozada). Es muy posible que ninguno alcancemos la sesentena.

Mi madre falleció antes de los cincuenta y seis, cáncer. Mi padre a los 52, diabetes. Abuela materna, sesenta y dos, complicaciones cardíacas. Abuela paterna, diabetes a los sesenta y tres. Abuelo paterno, cáncer. Y eso sin contar la variedad de tíos y primos con diabetes y pleitos en el corazón. Sí,  falta mi abuelo materno en la lista, pero él fue la única casualidad de un accidente de tráfico a los treinta y cuatro; Dos camionetas, once personas, un único muerto. Esa perspectiva suena mucho peor.

Un día en el hospital, mientras esperábamos resultados en terapia intensiva de una tercera cirugía en mi madre. Un médico me pidió si tenía tiempo, si algunos de sus estudiantes podían hacerme entrevistas generales sobre mi salud e historial familiar como práctica. Les conté exactamente lo mismo. A lo que agregaron una sola pregunta más “¿Algún familiar cercano con historial de enfermedades mentales?”. “Ninguno certificado, pero deberían vernos en una semana cualquiera”. Muchas risas siguieron mí respuesta, pero en la mirada de todos sólo encontraba lástima al terminar la entrevista.

También es claro, mi hermana con una tercera parte de su vida sin tocar carne ya reflejaba tanto el envejecimiento prematuro, como el cansancio y síntomas a largo plazo que eso presenta. Nuestra hermana más joven, con problemas serios en la columna y de estrógenos. Mi tercera y la mayor de mis hermanas con un historial de visitas al hospital por enfermedad que promediaron una al año desde hace como veinte.

Al final estaba yo, que de hecho, a pesar de mi eterno bajo peso y mi terrible hábito de fumador, así como la maldición cromosómica del XY. Me encontraba sólo con mis problemas mentales. Mi hermana lo recalca  mientras sus pupilas se dilataban del frío y cafeína de su bebida.

-Yoali con sus enfermedades, Alin con sus problemas, yo con mi condición. El que mejor está eres tú. Y eso no es mucho decir”.-

Ya lo que sucederá con la casa lo decidiría el último que quede. Pero sí, tanto el presente como la ascendencia nos concede con mucha suerte treinta años más. Era la historia y nuestros cuerpos dando su sentencia con tics y tocs.

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