Negando el Gran Dogma


Había dedicado la tercera de mis vidas en poder encontrar el secreto de la fractalidad universal, fórmula o artilugio de encantada alquimia y antediluviano conocimiento que me abriera como iniciado un camino a los fonemas del verbo primero.

La primera vida fue la infancia, donde conocí los terrores que ocasionan el dolor, todo juguete fue peligroso, y aquello que use como juguete y me lastimó de forma permanente me enseño una lección importante, de como yacía a merced del mundo y la causalidad, que cada error viviría conmigo por toda mi vida; Mi cuerpo ahora es un mapa de esas lecciones, cada cicatriz representa algo inolvidable, sobre la física universal de las cosas, sobre la fragilidad del dogma que es el cuerpo que nos encierra. Eso fue el primer paso al gran secreto.

Mi segunda vida fue mi juventud, donde conocí el deseo y toda el hambre de cumplirlo, de que tuviera un significado mayor al del placer y la perpetración de mi semilla. Donde encontré en la educación todos los prejuicios que me hicieron dudar después de que el mundo fuera un lugar encantado más allá del metal y lo cotidiano, sólo eso.

Toda mi tercera vida ha sido al abandonarme el deseo que ya mis engarrotadas manos no pueden ni simular. Ya había entendido que era finito y limitado, las lecciones de dolor me recuerdan en fuego eso a través de mis dedos, de mis rodillas, en mi entrecerrado ojo ya víctima de la niebla. Ya sabía que todo deseo era pasajero y hueco, sólo mi mente seguía joven y vigorosa después de toda la educación y el cuestionar todos sus principios; Ahora podía alimentarla buscando a dios fuera de los altares y la naturaleza continua que me rodeaba, el razonar lo divino con todas las riquezas y valor único de la experiencia, de la mía, de la de otros en la historia y sus documentos, sumando a cada paso y página intuiciones y preguntas del gran esquema, todas las décadas dedicado al como huir hacía la iluminación o inmortalidad, tantos secretos y rituales, desde la ciudad de plata hasta la tierra hueca, la ciudad de Yakkharta.

Todo tan falso.

Ahora, casí ciego te dicto mis últimas palabras, lo divino en el universo es el dogma, es el cuerpo, es su necesidad; Diez dedos, diez mandamientos, seis orificios en el macho, el número masculino, siete en la hembra, la divinidad pura, el tres es mágico porque sólo existe en lo humano si un hombre y una mujer se unen y forman un tercero, todos los números mágicos yacen en el dogma, en el cuerpo. Lo alto es vida, lo acostado muerte, el agua es sangre.

Toda la sabiduría y aún así sentiríamos hambre, toda la iluminación y aún sentiríamos sed, la inmortal salud y el sueño no puede abolirse, la castidad del santo y aún así nos tocaríamos, deseariamos. Lo único inmortal es la necesidad mientras exista una conciencia y su velo de menesterosidad, de lo cotidiano.

Pero eso es lo divino, ese es el gran secreto, el aleph y todo conocimiento hermético, el cuerpo, el gran dogma, su necesidad, todo parte de él, es la fractal con la que podemos encontrar a dios, porque el cuerpo es él. Ahora lo sé, cuando es demasiado tarde. De nada me sirvieron las fechas, el conocimiento, las personas, la experiencia, la vida fluía de mi cuerpo, de mi gran dogma que quise evitar, cuando la verdad yacía en él.

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