Hoy por la mañana



A las cuatro, despierto, removiendo las cobijas sudadas de una patada. Ha sido una pesadilla, tanto calor y aún así los pies helados.

Me levanto, el refrigerador esconde una coca-cola sin terminar. Me sirvo en un vaso, a oscuras. Todo tan callado. Me recuerdo siempre que vierto una bebida a ciegas el truco de una mujer ciega a quien alguna vez le dí un beso; Con la mano con la que sostienes el vaso, introduce las dos primeras falanges de tu dedo índice justo por el borde, sirve lento hasta sentir la bebida en la uña, entonces sigue vertiendo, un poco más. De esa forma llenas el vaso, sin derramar y sin que sea al tope, ideal para bebidas calientes, bueno, no tan calientes, porque es la medida del cuerpo para añadir azúcar o infusiones.

Sirvo el  vaso y lo bebo completo, me doy cuenta que es una sed grande y triste, húmeda y caliente a pesar de todo el frío. Decido dejar de ser propio y bebo de la botella a grandes tragos, hasta sentir todo el gas en el pecho, en la garganta, la lengua eferveciendo del dulzor.

Regreso a  mi cama, arranco las sábanas, el cobertor de leopardo que me regalara mi abuela antes de fallecer, de eso hace como diez años. Me quedo sólo con ese suave cobertor de delfines, uno nariz de botella y el otro una ballena asesina, también me quedo con el único cobertor que realmente me hace sentir a gusto, porque es azul.

Recuerdo el sueño, tenía que juntar a un pequeño grupo de personas, familias de preferencia, que se cubrían de algún talco amarillo, acercarlas a mí en algún lugar con suficiente espacio de una fabrica abandonada, y hacerlos estallar.

Las explosiones no eran aparatosas ni violentas, explosión de cine barato de algún  polvorin, corte, remover familia de la escena, acción, queda sólo polvo en escena. Lo hacía para cubrirme de un poco de ellos, de su felicidad como familia, de ese talco amarillo. Eso era necesario para ir al trabajo, cubrirme de un perfume tan similar al de las margaritas, al del polen diluido en algodón de azúcar, por que en caso contrario, el tráfico jamás me dejaría pasar, los guardias no me dejarían pasar.

Necesitaba hacer eso cada día, hasta dos veces, para poder ir a un lugar que odio. Ese día estaba en la tercer familia del día, algo no quedaba correcto y se comenzaba a hacer tarde.

Fue ahí cuando desperté.

Una vuelta y dos vueltas. 

Las cobijas que no estoy usando debería tirarlas al suelo.

Una vuelta y dos vueltas. Ya mi almohada es muy incómoda, debería pensar en cambiarla, tal vez comprar una nueva.

Una vuelta y dos vueltas. El sonido de un cohete. 

Deben ser cerca de las cinco de la mañana, la pirotecnia ha de ser de esos imbéciles de la iglesia que no tienen para arropar a sus familias, pero sí para reventar salvas toda la madrugada del Domingo. 

Una vuelta y dos vueltas. Acepto finalmente que no voy a poder dormir.

Me levanto, tomo mi cobertor azul, mi portátil y en la sala prendo todo para ver la segunda parte de algo.

La segunda parte del Stalker de Tarkovsky.

Son las siete y media, la termino de ver, mi madre se levanta finalmente preguntándome sobre el que hago despierto, en la sala, con la computadora.

Nada, le respondo.

Son diez minutos antes de las ocho, termino de escribir ésto.



"Dejemos que todo o que se ha planeado se convierta en realidad. Dejemos que crean. Dejemos que serían ante sus pasiones. Porque realmente, lo que ellos llaman pasiones no es alguna especie de energía emocional, si no la fricción de sus almas con el mundo exterior. Y lo más importante, dejemos que crean en ellos mismos; Que sean indefensos como niños, porque la debilidad es una cosa tan grandiosa, y la fuerza no es nada. Cuando un hombre nace, es débil y flexible. Cuando fallece, es duro e insensible. Cuando un árbol crece , es suave y húmedo, pero cuando es tieso y seco, muere. La dureza y la fuerza son compañeras de la muerte. La suavidad y la debilidad son expresiones de la frescura del ser. Es por eso, que lo que se ha endurecido, jamás ganará. "    (Un fragmento de la película)

 Creo ahora sí necesito ayuda. Alguien, por favor.

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