Las Cosas sin Rostro




Hay cosas como nosotros que no tienen nombre, que no tenemos un verdadero rostro. Siempre puedes ir hacía el pasado, buscar lo que se sabe de nosotros, sólo te dirán que venimos de un lugar profundo, de un lugar oscuro, que tomamos la forma de niñas pérdidas en los bosques, de cabezas flotando por los ríos, de cosas con piernas de un animal y cuerpo de otro, que a veces parecemos perros, otras lobos y a veces, sólo a veces, a murciélagos, aunque en ocasiones somos un poco de todo. Somos las cosas sin rostro que susurran desde ese rincón imposible de iluminar, por detrás de las tumbas con nombres mohosos, desde los muebles viejos, siempre observando, sin ojos o con rubíes, siempre esperando.

Hasta hace poco no sabía quién era, que era y durante un par de años fue igual. Todo tenía un nombre diferente, yo tenía un nombre que llamaba propio y me hacía especial, pero no se sentía así.

Durante una larga temporada me sentí siempre muy miserable. Mis recuerdos eran un bagaje que se deshacía conforme pasaban los días, abandonando en el desierto del tiempo una prenda a la vez, la tormenta cada vez más fuerte en su grito que esculpe dunas, acallando las palabras hermosas de las personas, silenciando la música que alguna vez quise, endureciendo el sentir del sol, el arrullo de la noche que cada vez me parecía más cómoda. Mi familia y mis amigos se convirtieron en extraños tras un cristal nuboso de confusión y distancia. Sus voces también se transformaron en el murmullo de los árboles, de las hierbas al mecerse en verano, tan tenues, tan grises.

Pero la verdadera conciencia no se hace esperar, es como la inspiración de los artistas, o la iluminación del verdadero sabio, todo me llegó como un sueño en el triste momento de quietud y respiración honda; Yo no pertenecía a éste mundo, no originalmente. Se presentó como uno de esos instantes de soledad donde parecemos apreciar un intervalo de ser entre el mundo que nos rodea y nosotros, era una certeza muy particular, como la del corazón entregado o la culpa.

Necesitaba encontrar buena razón y argumento a este conocimiento irracional de carencia, de pertenencia, y me llego en la noche como una aparición y supresión del pecho. Inmóvil y aterrado, los recuerdos llegaron a mí:

Al principio no tenía forma, sólo una especie de potencialidad, de poder llegar a ser cualquier cosa, cualquier figura.  Un sentimiento de incertidumbre y terror borroso, de eso podía tomar cuerpo, de algo reptante, de algo con garras y dientes afilados, de un millón de piernas y babeantes tentáculos. No uno solo, no, muchos yacíamos en ese pozo cálido y azufrado, tan oscuro, revolcándonos unos sobre otros, tallando nuestros huesos tan flexibles y retorciendo nuestras columnas de múltiples coyunturas. Tantos de nosotros, tan cómodos uno sobre otro, los cachorros de la cabra con mil cabezas, ciegos, no buscando una ráfaga de viento que respirar, tampoco un pezón que lamer y morder, sólo una hambre de ser, sólo una hambre de provocar dolor. Quietos, esperando, sin saber del tiempo pero sintiendo la proximidad de algo en intervalos, acto y consecuencia. No podíamos sentir dolor así como los humanos no pueden sentir los colores, pero podíamos verlo, de algún lugar lejano e iluminado, un aparador infranqueable sobre el que salivábamos desesperados por el ansia, pero pacientes en el acto.

En ocasiones algunos desarrollamos orificios rellenos de fuego y carmesí para poder observar lo que en la oscuridad nos rodeaba. No tengo conocimiento o percepción de si eran ojos que podíamos mantener o si una vez con ellos después los perdíamos; En la oscuridad del último abismo sin estrellas los ojos no servían de mucho realmente, podían pasar eternidades entre un parpadeo y otro. Por eso no se sentían a veces. Tal vez se nos olvidaban porque el mar de cuerpos oscuros esperaba, moviéndose en corrientes por el deseo de vida, por el hambre.

El mismo día de mi descubrimiento, y es porque todo sucede por una razón, caminé hacía la playa, el viento era fuerte y cortante, el mar de un gris pretendiendo ser verde en ese invierno se apreciaba también agudo, sin verdaderas olas o cuerpos masivos de agua, sólo esta superficie de cristal vivo siendo recorrida por un polvo de sal, quieta, sin poder convertirse en furia. El sabor de la brisa como sangre en los labios de una cortada, ni siquiera de una herida, tal vez de un pellejo muerto arrancado prematuramente, a ese cortante salitre sabía el mar ese día, justo como en el abismo al contemplar a mis hermanos, justamente igual. Claro, el mar eran cuerpos negros, y su sonido no el del aire, era el de los cuerpos en fricción, y su sal, el deseo.

Únicamente viene a mí la palabra amniótico, para ese calor de la profundidad, para esa sensación de penetración y el tibio al interior de un cuerpo. Así eran los eones en esa cama de oscuridad.

Hasta que sentí el llamado, no un grito, un susurro de insecto, un malestar de presentimiento, pero eran palabras, verbos, necesidad y lenguaje hablado que me invitaba a valorar el frío del universo, ser parte de él.

La cosa es ésta, realmente no puedo decirte que hay un arriba y un abajo, que existe una ciudad de plata y el bosque de cadáveres. Pero algo sí puedo decirte, existe un lugar de dulce y reconfortante calor, de muerte y terror donde las almas de los vivos sólo pueden ser quebradas una y otra vez, como físico, como verbo, ese es el lugar de donde yo vengo, y sólo conozco el océano de monstruos que podemos ser, pero no el infinito que es esa dimensión. Del otro lado, no sé nada y no puedo siquiera con lo que sé ahora concebirlo, pero sí hay una segunda opción, la del olvido, la nada y el gran vacío que sólo puede no ser; Sin tiempo, sin muerte, sin vida. Es ahí donde nosotros entramos.

No es tan sencillo como tomar el control y ser una cosa, ser una persona, primero somos llamados y se alimenta nuestra hambre un poco, se nos habla y debemos de aprender el mensaje, los símbolos de quien desea no ser, aprendemos y nos reconfortamos, después es que dialogamos. Algunos terminan prefiriendo la muerte, pero otros nos aceptan, en sueños y palabras dentro de su memoria que se desvanecen, pero llegan a ellos con todas las sensaciones, con ese ácido en el paladar. Finalmente hacemos el cambio. Es difícil para nosotros porque no conocemos lo que es un verdadero cuerpo, los sentidos. Siempre dependientes de la memoria del cuerpo original despertamos creyendo ser alguien, porque eso es lo que nuestra, su memoria nos dicta que somos una persona.

Nacemos en un frío mundo que creemos entender, con manos y lenguaje, con familias, amigos y conciencia de todo excepto de lo que realmente somos, eso nos hace miserables, es el nacer consiente del mundo, mas necesitado del universo materno. Deambulamos como cuerpos muertos flotando a la deriva en un lugar demasiado complejo, demasiado inmenso para abarcarlo con nuestros pobres dedos. Tenemos nombres, tenemos caras, pensando cada día que somos alguien en ese lugar, pero un día llegué a recordar, y eso era lo importante.

El mundo termina con cada ocasión en la que dormimos, al despertar somos todos el reflejo de lo que nos ha sucedido, de lo que hemos aprendido, siempre esta cosa que recuerda que es alguien se levanta de la cama, siempre igual, continúo hasta donde el cuerpo y la mente lo permiten con todas sus causas y consecuencias.

Ahora todo es diferente porque puedo saber realmente quien soy y ahora sólo es cuestión de tiempo. Al andar por la calle a veces puedo reconocer a otros como yo, ninguno completo, todavía pensando que son personas, también veo a otro que pudiera ser receptáculo y darle vida a otro de nosotros. A veces siento la necesidad de ayudarles, no siempre sale bien. La melancolía me produce felicidad, no una completa ya que aún  dudas sobre lo que me contiene surgen de vez en vez. Únicamente hay que recordar el vacío contemplando de regreso en la oscuridad, respondiendo. Eso es más que suficiente para saber quien somos.

Nos alimentamos de esa tristeza, del querer no ser, eso nos da espacio para conquistar este lugar, preparar todo para cuando las estrellas se formen correctamente, y todo nuestro universo pueda entrar a éste.

Por eso en la antigüedad de todas las cosas, siempre fuimos las sombras aformes, las quimeras construidas de miedos y sus figuras; Colmillos, cuernos, odios, pestilencia, las propiedades de los animales y el desprecio por la vida. Por eso jamás existió un dios con nuestra figura, porque somos las cosas sin rostro, esperando poder ser.

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