La noche velando en el hospital: Personas que se Conocen I y II

Nota: En serio, durante dos horas intente encontrar algo para ilustrar ésto; No hay foto, ilustración ni pintura en el arte abstracto que se acerquen a la impresión de tales personas. Ya ni modo, ahí será para la otra.


I-

Una mujer llora, gime, su voz no es de sollozo sino un lamento animal, el lamento de un vientre tan grande como la vida que escapó de su tío. Hace eco en las paredes y pasillos. Una tristeza de bosque inmenso, de venado herido.

Tres hermanas, tan similares en edad a las mías interrumpen sus lágrimas de ratón para ver de donde proviene esa respiración de cascada. La madre de ellas sigue la mirada de sus vástagos para contemplar con terror , con suplica en las mejillas, pidiendo para que la profundidad de esa garganta no arrastre a su familia y su diminuto despecho en comparación con el de ella.

Sigue resonando, como canto de montaña, un último gorgoteo de volcán. Pasan los minutos y la fuente de esa voz sale a donde todos esperamos que las noticias de nuestros amados no sean tan terribles; Que la muerte la llore esta inmensa mujer. Que lo malo en egoísta deseo le suceda a otros. Ella puede sufrir por todos, ese mal le cabría en el pecho.

El tamaño de esa hija de Eva es colosal, podría pasar como una figura antiquísima en la colección de un museo, toda ella una esfera que representa las dimensiones y la mujer de toda la tierra. Su piel, arcilla antigua y el rostro brotando de ese cuerpo un retoño de alubia en una maceta pensada para contener un olmo.

II-

De la cartelera y galerías de personajes curiosos a lo largo y duradero de mi vida a las que mi mente aún se puede sujetar, he añadido una hoy del más grande particular. Es una persona que conocí en el hospital, ella tenía que velar a su hijo, yo a mi madre. Como en toda vela, en algún momento posterior a la hora del lobo, todos en la sala de espera tratan de acomodarse de la mejor manera posible en sus pequeños asientos y tratar de dormir, eso me obligo a escribir lo que leerán.

Su seño, si lo vieran, jamás podrían creer que pertenece, que ni siquiera semeja parentesco con lo vertebrado, ni que decir de origen humano. Su edad también es indeterminable, podría estar entre los treinta y cinco y los diez millones de años, porque su piel es como la del plástico quemado que de alguna forma logró conservar su color original; un rostro de bosquejo en cera abandonado por el olvido a medio hacer sobre una base de piedra pómez, exactamente parece eso.

Tienen la voz de un murmullo regurgitante de pantano despidiendo gases a la oscuridad. Sus ojos, una gota de negro disolviéndose en un remolino carmesí en una de esas fotos con relieves creadas para ciegos y que sólo aquellos con capacidades de conocer el color y esas proyecciones especiales para los invidentes sabrían reconocer. Todo ésto en unas cuencas que son como las aperturas de tristes claraboyas de los cerros huecos de mármol a la distancia sobre la carretera.

E inclusive, todo lo anterior compactado en un rostro sobre un cuerpo de un metro cuarenta, lo que hace aún más inverosimil la propiedad inicial que me ha obligado a este momento helado anterior al amanecer para escribir semejantes líneas que sólo los geográfos no daltónicos especialistas en edafología porían llegar a acercarse con suficiente imaginación; Ese detalle, es su ronquido, con el volumen del más terrible derrumbe interrumpiendo la perenne mutedad de la cañada, sus dientes también como los restos de semejante accidente (Lo cual deja abierto todavía el paréntesis de un posible origen mineral y no el ascendente animal que suponemos propio a lo que tiene especie), a demás también borbotea seco su ronquido como una roca cayendo por las paredes de un pozo con origen en el mismo infierno, y finalmente, con la tesitura de mil manos frotando un globo infinitamente largo al unisono.

Que asombroso prodigio es esta señora, con sus ojos, dedos y extremidades en el mismo número que nosotros, me parece también sus proporciones, pero nadie me tacharía de otra cosa sino de exagerador y embustero si usara la palabra humanoide en su descripción.

Tal es la nueva carta a mi baraja de personalidades inverosímiles que colecciono.

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