Veo mis manos, recuerdo las tuyas, que no me conocen, que no te conocen.



Veo mis manos y las ligeras cuarteaduras por la piel reseca, un raspón con desconocido origen y su color cada día más oscuro. Muy lejos de las manos de artista que pretenden ser.

Veo mis palmas, claras y una con un pequeño lunar donde la línea de la riqueza debería yacer, cuidadas y suaves, fantasmas de lo femenino al ser idénticas a unas con las cuales entrelazara dedos en cariño. Son pálidas y en efecto reflejan el arte que pretenden sin éxito crear. Me cubro los ojos con ellas mientras trato de recordar cuando fue la última vez que acariciaron un rostro en muestra de amor.

Es la madrugada y su tormenta (Me repito), lo que impide que llegue alguna imagen con ese recuerdo.

Entre sus nudillos puedo malabarear monedas, intentar imprimir colores con formas de rostro que ya no pueden tocar. Sus puntas reclaman en vergüenza su deseo de acariciar lo que dibujan.

Como eran sus manos, eso ya está velado con excepción de las que compartían simetría, pero imaginan como podrían ser las de esa dama de filtro azul.

Una ocasión dentro de las lunas del conejo me preguntaron, mientras sostenía una mano si acaso era que deseaba aprender las suyas de memoria. Respondí que sí, para evitar esta noche, pero al parecer no funcionó  muy bien.

Veo ahora que pueden reconstruir, pero no crear, perdieron todo en el fuego, y es al momento  en la inundación que sólo pueden agitarse para evitar que me ahogue.

Lo que más extrañan es cruzar sobre un perfil un dedo leyendo en braille la maravilla del momento en compañía y un cruzar de miradas. Cubro ahora mi cara con palmas sostenidas por muñecas que debieron pertenecer a alguien más grande y fuerte,  lleno su cuenco con agua.

Mis  manos han crecido indignas de mí, de todo lo demás, de ese tacto que tanto añoran.

Me preguntan con gestos si pueden hacerlo otra vez, con esos contactos esporádicos, con alguna promesa de que no habrá lluvia mañana que he llegado encontrar en fotos robadas.

Con tres dedos cubro cada uno de mis ojos, porque no sé que responderles mientras también se deslizan por un teclado marfil y negro que no puede hacer música.

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