Querida Ruby (2)



"Supongo que de entre tanta tristeza has de tener buenos momentos, cuentame que te gusta hacer cuando sales de paseo.

Quien sabe, tal vez si quieres un dia vayamos juntos a la cineteca, hace tiempo que no voy."

Querida Ruby:

La tristeza de la cual hablo tanto sólo tiene momentos falsos de lucidez que hacen creer que es algo especial, se transforma en una visión, en premoniciones de lo invisible. Hace pensar que te concentras en cosas realmente importantes y que desarrollas una inmunidad a la miseria colectiva de los tiempos, el clima y el dolor físico. También resalta la experiencia estética, cuando las pinturas te hacen llorar, cuando la música te hace temblar, cuando el violín se convierte en una voz comprensiva, cuando el canto suena a propio de todo ese cúmulo de terrores. El color, lo llena todo de mayores contrastes, también hace que la lluvia queme. Hace el ver un rostro más nítido, a demás de arrugas permite ver la sal acumulada en la boca, el cansancio en los ojos, permite escuchar la pesadez en las otras voces.

Hace de una película un viaje de hora y media por todo el pasado que he vivido, hace de una personaje el amor de mi vida, me hace pensar que el espejo podría reflejar todo menos lo que la realidad es, hace de la duermevela por agotamiento una guerra extraña de voluntad contra imágenes de pesadilla, le da vida a todas las sombras, le da manos y uñas a todas las texturas, hace que el frío tenga un sabor metálico y cítrico al pasar por la garganta, de toda luz una llama de fósforo intolerable sin protección.

Hace de los abrazos una cálida, incómoda y efímera cobija, de un halago crea caricias imaginarias, de la escasa compañía un bien inapreciable y una punzante aguja de la ausencia.  También construye necesidades muy tontas de café dulce y tabaco.

También hace que el más pequeño insulto suene como un clavo de ataúd, agranda la vergüenza de rocío a vendaval y convierte la mirada de una mujer en la cosa más hermosa.

Eso es lo que hace mi tristeza por mí.


Sobre lo que hago cuando salgo, me gusta actuar como un fantasma, me gusta buscar fantasmas; Paseo por los mismo lugares y rutas una y otra vez. Al pasar cerca de algún lugar que fue importante por el momento o la compañía en mi vida, me detengo a sentirlo con melancolía. La paso buscando personas que sé ya ni viven ni frecuentan esos lugares y me da escalofríos cuando algo muy parecido a su imagen se aparece. Me gusta sentarme silente y sólo ver las cosas pasar, pensando e imaginando que son las mismas de antes, de alguna forma sólo repitiéndose. Me gusta reír de esas memorias, derramar lágrimas de esas memorias, observar como los niños pequeños y los animales me ven como una aparición, como el eco de un accidente, el sentir como el demás mundo me ignora sino es para venderme algo. Eso es lo que me gusta hacer cuando paseo yo con mi tristeza. Me hace sentir que me preocupo por cosas más importantes que el tiempo, el clima y el dolor físico.

Ya no me gusta ir al cine, porque no puedo llorar o reír con nadie en el anonimato de la oscuridad con tranquilidad y confianza. Porque ya nadie respeta un momento de maravilla y arte que surge de la interpretación, porque los asientos son muy pequeños, mis piernas muy largas y mi postura al sentarme muy mala. Porque las historias de drama y amor ahora sólo son un episodio largo de telenovela, la ficción y la aventura es para niños y retrasados. El terror son sólo memorias torcidas de lo que veía cuando niño. Por eso ahora me encierro en la esquina que me dan como hogar para ver películas de hace muchos años de personas que creo aún podían ver en la condición humana una expresión y no dinero en nombres, colores o sólo historias de receta. Tampoco me gusta ir a la cineteca, porque está llena de esos fantasmas que busco de forma frecuente y el ir es el pasear por un cementerio, no ver una película.

Pero si algún día quieres salir a un museo, a contemplar formas deseando encontrarte, a salir rodeada de silencios incómodos por la compañía de un tonto, a cansar tus pies por el arrastre de caminar y caminar por pasillos marmóreos intentando encontrar sentido en una descendencia del descontextualismmo colgado de una pared y así empatarlo con tus experiencias de vida. Entonces no dudes en contactarme. Amo hacerlo todo el tiempo, siendo yo incluso el tonto que me acompaña.


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