Querida Ruby

ILUSTRACIÓN DE PHIL NOTO

Querida Ruby:

Tú lo has sentido, el bochorno nocturno que nos mantiene leyendo las sombras en la habitación hasta que algo imaginario parecido a un golpe en la nariz nos desmaya mas que dormirnos. Seguro también conoces el brillo de la mañana que sólo lastima sin alumbrar, la extraña sensación de culpa en la regadera y las pequeñas visiones en las extremas comisuras de la vista. Así han sido estos días, con diálogos a personas lejanas para pensarlas al instante aquí y no dejar que la caballera soledad sea el compromiso del día entero. Eso me da algo que pensar mientras el hambre y la desgana se acumula en el vientre, y fue de tal forma linda Ruby que descubrí que no puedo perdonarme, por eso soy tan infeliz.

Al principio creía fielmente que mi necesidad era de esas antiguas palabras de cariño, palabras de amante y bondadosa seda, un abrazo en los hombros y la combinación mirada-sonrisa de un verdadero amigo que dice “Todo estará bien, pronto, porque somos nosotros” a lo que mi fuerte autocrítica remarcaba de forma concisa, no merecíamos.

Después supuse que el cariño inicial debía partir de mí, conocerme, afrontarme, ver todos mis defectos de carácter y el buscar cambiarlos uno a la vez, al menos concentrarse en los más graves y de garrafal error para no recaer en ellos, tan siquiera no de manera ciníca. Lo realice (creo), siendo posterior a tal auditoría más sincero conmigo y con toda la culpa encima, porque descubrí todo el mal que había hecho, todos los impedimentos autoimpuestos, la estupidez que tantos mencionaran entre dientes se me revelaba, mi acertijo de mandarín por mis fracasos tenía todas sus entrañas a la vista. Ahora necesitaba cambiar, vivir con quien era y ver que hacía yo con la vida un día a la vez.

Después de todo eso, necesitaba concentrarme en mis prioridades, en la falta de dinero en mi bolsillo, de café en la alacena para hacerle buena compañía a la larga noche, de cigarros en mi mochila para las tardes como ésta donde me siento en un parque a escribir y dibujar el constante miedo que tengo de mis manos. Necesitaba concentrarme en eso, y también lo hice, diez días completamente dedicados al conseguir un trabajo, algo para distraerme de lo que soy y fuera productivo, quitarme a mi madre de encima, el hambre, el deseo constante de sabores impagables al instante. Estudié toda clase de mierda positivista y de autosuperación barata; Sobre el encantar en los primeros quince segundos, sobre los hábitos de la gente exitosa, el poder de la aptitud en los negocios, los cuadrantes de actividad efectiva, como devorar problemas si de sapos se tratara y tanta más porquería y obviedades escritas por pseudoprofesores de una rama de la psicología muerta por cien años y tan válida como los horóscopos matutinos del televisor. Aprendí cosas útiles, como a todo, algún provecho se le puede sacar, vi muchas cosas que ellos usan como adornos para engañar y lograr que todos se traguen su discurso, como decir “los expertos dicen...” sin referenciarlo y deslindándose de toda responsabilidad sobre lo que repiten, del eterno clíche que a todos encanta, el usar estádistica no como una tendencia demostrable de datos, sino para hacer sonar elegante el “Casi siempre ésto es así”, el crear argumentos circulares, el literalizar para tachar de absurdas otras tendencias u abstracciones. Mucha melcocha, pensando que podría usarlo, que me ayudaría a obtener algo de mí o de algún trabajo.

Aquí estoy, días después con aún menos de con lo que empecé, y hermana, tú lo has sentido, el bochorno nocturno que nos mantiene leyendo las sombras en la habitación. Así me he encontrado hablando con estas sombras y esqueletos; agrediéndoles, disculpándome y diciendo adiós de ellas en mi cabeza, haciendo el simulacro para saber si aún me dolerá mientras el tiempo acorta mis telomeros, para saber si pueda andar y sonreír libre tal vez nuevamente. Muchas veces me detuve, a gritarle a la almohada, a llenar la cobija de lágrimas, a levantarme al baño a limpiarme los mocos y tratar de afrontar las siluetas que veo al fondo del espejo. Pensé en el mejor escenario y las más ideales posibilidades, también en los peores casos, en gritos, insultos y heridas que podrían matarme por dentro, borrar el vestigio de lo que queda por aquí en algún lado, pensé en intermedios y hasta en unas imposibilidades creyendo que eso podría ayudar. En eso he gastado las últimas cinco noches y fue hoy mi querida Ruby, después de un sueño de peces muertos que la revelación llego a mí como le llegara al doctor Jekyll una mañana, que la naturaleza del hombre no es una, sino dos. Descubrí que todo el asco que me provoco, de mi cuerpo, de mi forma de pensar, de todo lo que le hice a esas hermosas mujeres, a todos esos amigos que ya no me hablan, y eso me enferma tanto, me es tan despreciable, pero lo siento ajeno, como si un idiota lo hiciera mientras ando dormido. En ocasiones, porque también sucede, siento que el yo que te escribe ésto sólo desea limitarme con su racionalización del todo, semejante empirísta de mierda que le da nombres bisílabos a milagros de la vida y causales simples a sus consecuencias.

He ahí la razón, no puedo soportar a quienes soy, puedo convivir con ellos, pero no por eso acepto, justifico o perdono sus actos, y en mí está cambiarme, pero no puedo cambiarlo a él. La cosa que se reconstruye cada amanecer con mi pasado es muy tendenciosa, pero muy diferente con el naciente día, sus actividades desvarían mucho y cualquier patrón en ellas es una generalización poco práctica.

Ya lo había escuchado antes, “Perdonate”, pero encontrar aceptación de las disculpas que prvengan de esa otra persona, de ese monstruo, va a ser muy complicado. Bien merecido tiene todo lo que le ha pasado. Lo extremo de sus actos son inenarrables.

Por eso sé ahora lo que sucede y como no puedo dejar que nadie me quiera, eso sólo va a hacer que me sienta peor, ya lo comprobe. Esa es la razón que te lo escriba a tí mi querida Ruby, porque eres un sencillo nombre, una carta de tristeza y la voz tímida en una llamada de un minuto. No tienes pasado, ni siquiera un rostro y todo eso lo puedo imaginar tranquilo para convertirte en un oído puro, en una persona real que no parte de mí o memorias y sus deseos, así ya no me escribo a mi mismo, así puedo escapar un poco más, explicar mejor, mostrar de manera amplia la vastedad que me engulle. Gracias mi querida Ruby, por eso te suplico el mismo ejercicio, no me conoces, sólo soy letras brillantes en un monitor, y lo que desees imaginar, eso soy, para no juzgarte jamás.

Espero tu alma encuentre cariño y tiempo para responder esta simple epístola.

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