Me gustaría preguntarle



Quisiera preguntarle señor, acaso usted ¿No se ha enamorado por un instante solamente? Ya sabe, una ocasión va por la calle, bajo los grises de un medio día estéril, es invierno y el calor no logra quedarse en sus manos guardadas en los bolsillos de satín de un abrigo gris, su boca se encuentra tibia y húmeda, pero todo es seco y helado, usted espera en una esquina surcada de los pilares negros de concreto que sostienen el cableado eléctrico, ve sus pies que quieren correr lejos de esa ciudad amansados por unos zapatos de piel café, cierra los ojos lentamente y sin sueños esperando que el contraste del rojo del semáforo cambie al homogéneo verde brillante del pasto del camellón. Los autos pasan, su silencio más que ruido blanco parece estática, es uno de esos días donde pocos son los que se atreven a hacer algún ruido verdadero. Agita sus pies y manos enguantadas, se acomoda el cuello del abrigo y empieza a cruzar la calle, distraído pensando en porque no puede quedarse entre las cobijas y no salir de ahí jamás, explorar todos los estados de meditación e iluminación que sólo existen debajo de las sábanas, junto o acompañado. La palabra "acompañado" lo regresa de esas distancias, cruzando en sentido contrario, observando la dirección del tráfico, con una mirada en sombras cuidadosamente negras, piel de brillante lavanda, mejillas con unas pocas pecas y rasguños de colorín en los pómulos que ha ocasionado el viento del sempiterno invierno, cabello largo suelto, de tonos cobrizos y lacio. Un saco y falda negras de casimir, medias gruesas negras que permiten apreciar lo largo de sus piernas, lo suave de su paso, la ligera torsión de su mano al balancear los brazos alrededor de su cadera invisible bajo el saco pero obviamente estrecha. Su blusa negra cuello de tortuga, una mascada de colores crema en lo que a sabiendas de lo divino adornan hombros de crema y miel. Se nota en su mirada concentrada en otros horizontes que es inteligente, en la comisura de sus labios que le gusta sonreír, en el brillo de piel que duerme mucho y toma café muy endulzado, que se baja las noches de soledad con tragos de vino tinto y su mejor amiga que conoce desde la secundaria. Que jamás le han importado los hombres a pesar de ese par de relaciones que ha tenido, ningún amor, sino martirio necesario del poeta, en el mover de su cabello se aprecia que ha absorbido parte del polvo de decenas de museos y galerías, y hasta en el peinado se aprecian un par de exposiciones de Gaudi en las que se hizo de un amor platónico con el curador y un músico después de las bebidas de cortesía. Es alta, pero no tanto cómo tú, tiene a olor a biblioteca que es el de una flor extraña ahí, a mitad de la calle. Esencia de lavanda cuando cruza a tu lado, la figura perfecta, la dama que si enamoraras se convertiría en historia de cuento y filme de la matinee, una princesa prometida de librerías, risas y chocolates mentolados. La mujer que vos sabe podría detenerse y decirle: "Señorita, disculpe mi atrevimiento, pero la he visto y me he enamorado del otoño de su cabello, la aurora de su rostro y el anhelo de su andar. Soy poeta, escritor, fotógrafo, científico, diseñador y un millón de cosas más en las cuales ninguno soy bueno, pero quisiera conocerla, porque he visto en usted a la mujer más hermosa que me he topado en mi vida, acepte con sinceridad mis palabras, y permita que le ofrezca descanso y calor con un latte en aquella cafetería de ahí" y ella abriría el carmesí de sus labios para dejar alumbrar al mundo con la sonrisa perfecta, respondería con su nombre y con un sí, entonces el futuro sería perfecto. Ya sabe señor, esa clase de instante en el que cobardemente jamás damos el último paso y nos alejamos con la sensación de dejar al mar con sus milagros y misterios atrás para volver al mundo de autos e iglesias, esa clase de instante donde imaginamos un millón de diálogos que son coherentes y sinceros, para que ya alejados suenen ridículos. Esa clase de mujer vestida en negro y satín que envuelve el calor de los crepúsculos en el trópico y la brisa de un río puro. Así señor, ¿No se ha enamorado de una mujer así por sólo ese instante?

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