Revolcarse en el Gris


Yo las maté, y ellas se llevaron lo que tenía.

Ahora, la envidia de un abrazo, de manos entrecruzadas y la caricia de pulgares. La música me aisla. Ya no soy nada para ellas; La aparición de un muerto, el grito del eco, de un pasado.

Nada puede imaginarse diferente a lo que es ahora, toda reconstrucción deja como única evidencia lo deleteréo que fue. Un sabor, una graciosa imaginación inasequible.

Cuerpos blancos, de piedra y agua bailando en los recovecos de mi occipital, y la ceniza con la que siempre se conformaron a un viento eterno. No las despido po lo que soy para ellas, ellas son para mí. A diferencia, su brillo se mantiene, el mío, ligero instante de su combustible mis preciosas estrellas. Mi cielo, sólo negro.

Tengo mi fracaso y el patético abrazo que me empecino en darlo, la furia de los amaneceres, la languidez nocturna.

La jaula se extiende a mis brazos y letras, yo marcando sus paredes blancas de barata tinta, el tatuaje de lo que yace en mi cabeza y toda su cadencia de permanencia, de respiro y sus agitadas caras.

Las arpas y su ligero arrullo, el desprecio de mi vientre y los monologos con los sabores fantasmas de las piezas en las que me divido.

Escape una y otra vez, el sueño inombrable de la curva de un cuello y el terso beso con la cascada de un cabello largo para perderse.

Mi ciudad, lejos de ser infierno se torna cementerio, con flores y cruces a los suspiros que tuvieron quien recibirlos, no el viento, no a los que eran viento.

La condena en solitario, las visitas inútiles. Su amistad se me derrama obligada. La esperanza, una ilusión de revista.

Mustia indiferencia al amor. Tal vez núnca estuvo en mí. Que estúpida codependencia.

A veces tiembla mi costado y deseo en sudor frío que sea ella, quien sea, diciendome que Beatríz me espera en el paraíso. Por las noches arrivo a la casa donde duermo, y rezo silente porque las sombras no sean sino el carruaje que levantan por los cielos al deseo de mi corazón, o en su defecto al poeta guía de los nueve para hacer de sus oídos mi copa. Tan antaño deseo, tan real como lo que jamás se ha visto.

Los velos blancos y sus sonrisas de aguja, dulces flirtean pocos segundospara hundirse en un anonimato que no es el mío.

La semana termina y con ella llega el flujo del Tartáro, para disolver lo que se sabe y así atragantarse con la vergüenza que no es de otro sino mía.

Perderse en el gris, revolcarse en el gris.

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