Se Parecía Tanto a Tí




En aquella plaza que frecuenté tanto durante mi vida, y aún más desde que te fuiste de mí, en la banca frente a la fuente aceptaba yo como una pequeña bendición la corta lluvia de primavera que le regresaba color a mi calzado y a los arbustos el olor de la selva. Fascinado por instantes del cielo reflejado en las pulidas lozas hechas con piedra de volcán, del espejo, lago y alturas en las que se había convertido el suelo, y ese calor húmedo de la tarde encaminándose al púrpura que siempre despreciaste por recordarte el hogar de tu padre. En esa plaza de iglesia que visito tanto ahora con la secreta fantasía de retomar algún tierno recuerdo de un beso contigo, de una sonrisa que dedicaras a mis tontos comentarios sobre una vieja película, de un abrazo inesperado, de esa hermosura que me es al momento tanto extraña y ajena.

El verde y el blanco de todo se encendió junto con el fulgor que ese titán prendiera tan de repente, el momento en que el sol apareció de entre las nubes, tan brillante, tan cálido, en ese momento la vi, bajo el arco de líneas clásicas del restaurante donde me susurraste hace tantos años en una mesa diminuta, a media luz y con sal de unos cacahuetes cayendo de tus labios que hiciéramos el amor por primera vez.

Ahí estaba ella, con esa faz redonda que extrañare por siempre en todas las mañanas que me queden, con su cabello negro y largo cayendo alborotado por el clima, con cierta tristeza queriendo desaparecerla envolviéndose en un abrigo de tweed. Se parecía tanto a ti.

Al principio me repetía que era otra ilusión, otra imagen de las que ahora se me aparecen de forma tan seguida que andaba creando sólo para sufrirte un poco más. Has de saber que mi vista ya no es lo de antes, como cuando caminabamos en un arremedo de abrazo un poco incómodos por el largo tan distinto de nuestros pasos y me preguntabas si podía leer los letreros de tan lejos por las noches que regresamos de los paseos por la ciudad hacía tu casa, en ese entonces podía hacerlo, ya no, y el sol de primavera es muy brillante. Pensaba que seguramente eran las sombras que pintaban sobre otro rostro un deseo mío que resguardo desde hace un año. Pero Dios, vaya que se parecía a ti.

Los segundos no dieron para el instante ni una vuelta cuando ese viejo guardia con bigotillo gris de cepillo se paró junto a ella, con esa mirada cazando un pequeño infractor que jamás se le aparecería. “Tú eras más alta que él” recordé al instante. Así comenzaba a sacudirme ese reflejo tan llamativo y mágico como el de las nubes a mis pies. Pero conoces mi fascinación, y ella me conoce a mí, no estuvo satisfecha del todo con esas pequeñas palabras y la seguí mirando, el como se acomodaba el cabello, el como ladeaba su cabeza y especialmente como sacaba un pequeño aparato negro conectado a sus audifonos, y era en esa fotografía donde más se parecía a ti, porque tú sabes que esas diminutas figuras, ese orden de formas es con lo que me quedé de ti. Mas era imposible, ya ni siquiera vivimos en la misma ciudad, eres más alta que el gendarme eterno de ese dintel, no saldrías con un abrigo a una tarde de Abril sin importar que tan grande fuera la amenaza hacía una caída de agua, pero ahí estabas, reconstruida por mi vergüenza y anhelo, por el deslumbrante sol y los brillos en el agua.

Andabas esperando a alguien, lo sabía, lo notaba, podía ver todas las señales, en tus manos mientras pasaban los minutos e iniciabas a mostrar esos signos de impaciencia, mientras veías de un lado a otro buscando, ahí podía ver que estaba tu pérfil. Inicie a malabarear mis opciones, mis pensamientos, esta extraña bagatela que llamo sentimientos, lo que podía hacer ahora que te encontraba tan lejos de otros amigos y conocidos, ahora que deseaba verte tanto.

Me levante y camine hacía ti.

Unos pocos pasos, no recordaba que tuvieras las puntas del cabello onduladas, tal vez te lo habías arreglado así. Otros cuantos pasos más, tal vez era a mí a quien esperabas, quizá dejaste el día de ayer un mensaje con tu bendita voz en mi teléfono móvil que nos citaba ahí, a esa hora, y al haber dejado el mismo olvidado en casa de un amigo no tuve la oportunidad de leerlo, pero el glorioso destino supo perdonar el amor que te tengo y me llevo al instante indicado a ese lugar. No recordaba tu piel tan pálida y traslucida, pero podía ser que te refugiaras en la noche por la tristeza de separarnos, y así habías cambiado. Tampoco recordaba tu nariz así, quizá, tal vez, tal vez...

No eras tú, era otra persona, otra mujer. Fue entonces que llegue junto a ella, me miró, con sus ojos cafés algo hinchados y rojos por unas lágrimas, con la postura de alguien aceptando que la persona por la cual está esperando no va a llegar en esa ocasión ni en ninguna otra, con unos labios de pálido rosa ligeramente apretados por el enojo, por la vana frustración, tragándose un poco de ira y una pizca de despecho que la matarán paulatinamente.

Exactamente como esa última vez antes de dejarme, se parecía tanto a ti.

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